Aldous Huxley ha sido acusado de muchas cosas, entre ellas, junto a su
hermano Julian, de ser parte del brazo ideológico del Nuevo Orden
Mundial. Esto puede o no ser cierto —a primera vista parece mera
conspiranoia apoyada en tomar los ejercicios de ciencia ficción de
manera literal, como ejercicios de un think-thank o de wishful
thinking—, pero lo que sí es evidente es que la lectura de Huxley puede
ayudar justamente a desalinearse del orden mundial y volver concientizar
los mecanismos de programación masiva característicos del paradigma
sociocultural en el que vivimos. En este sentido es, al menos, un doble
agente y, como diría Aeolus Kephas, “Illuminati are us”, (Iluminati
somos nosotros).
Huxley escribió sobre una amplia gama de temas y entre legendarios
libros como Las Puertas de la Precepción, Un Mundo Feliz, Moksha o La
Isla, por citar algunos con predilección, puede pasar desapercibido su
brillante ensayo Propaganda en una Sociedad Democrática, nunca tan
vigente y en el cual encomiamos su capacidad temprana, a la McLuhan, de
detectar la tendencia del uso de los medios de comunicación como
aparatos del Estado con el fin de ejercer una versión más sofisticada de
la añeja práctica de control de las masas a través de la distracción y
del adoctrinamiento tautológico. Al igual que Borges, quien dijo que “la
democracia es la superstición de nuestra era” y Louis-Ferdinand Céline,
que notó que hacer que el pueblo vote es la forma moderna de velar la
esclavitud, Huxley advirtió que la democracia es parte de este gran
simulacro de la libertad, lo cual, con gran agudeza, lo hace un
insospechado precursor de Jean Baudrillard. El entretenimiento que
generalmente se considera como algo neutral, y veces incluso positivo,
que hace que el hombre pase “bien” el tiempo, en realidad nos distrae de
nuestro presente y aquello que más nos concierne: conocernos a nosotros
mismos y buscar, en la guerra perpetua del instante, la libertad, a
través de la cual accedemos al lado activo del infinito.
Traducimos algunos extractos que contienen, según se dice en la tradición zen, sendos satori:
«En lo que respecta a la propaganda, los primeros defensores del
alfabetismo universal y de la prensa libre advirtieron solo dos
posibilidades: que la propaganda sea verdad o que sea falsa. No
previeron lo que en realidad ha sucedido, sobre todo en nuestras
sociedades occidentales capitalistas: el desarrollo de una vasta
industria de comunicación masiva, que no lidia ni con lo falso ni con lo
verdadero, sino con lo irreal, lo que es casi siempre totalmente
irrelevante. En una palabra, fallaron en tomar en cuenta el apetito casi
infinito del hombre por las distracciones.
»En el pasado la mayoría de las personas nunca tuvieron una oportunidad
de satisfacer del todo este apetito. Podían haber anhelado
distracciones, pero esas distracciones no eran provistas. La Navidad
llegaba una vez al año y las fiestas eran “solemnes y raras”; habían
pocos lectores y poco que leer y lo más cercano a un cine de barrio era
una capilla, donde los espectáculos, aunque infrecuentes, eran algo
monótonos. Por condiciones remotamente comparables a las que ahora
prevalecen tenemos que remontarnos a la Roma imperial, donde se
mantenía al pópulo de buen humor con dosis frecuentes y gratuitas de
diversos tipos de entretenimiento —desde dramas poéticos a luchas entre
gladiadores, desde recitales de Virgilio hasta rounds de boxeo,
conciertos, ensayos militares y ejecuciones públicas. Pero incluso en
Roma no había nada comparado con el sinfín de distracciones que proveen
los diarios, las revistas, la radio, la televisión y el cine. En Un
Mundo Feliz las distracciones sin cortes de la naturaleza más fascinante
(the feelies: películas también táctiles, orgy porgy, sexo grupal bajo
la influencia de las drogas, centrifugal bumblepuppy, una futurista
versión de espirobol) son deliberadamente usados como instrumentos de
política pública, con el propósito de impedir que la personas presten
mucha atención a las realidades de la situación social y política. El
otro mundo de la religión es diferente al otro mundo del
entretenimiento; pero se asemejan en que decididamente “no son de este
mundo”. Ambos son distracciones y, si se viven continuamente, pueden
volverse, como en la frase de Marx, “el opio del pueblo” y, por
consiguiente, una amenaza a la libertad. Solo los que vigilan pueden
mantener sus libertades y solo los que están constante e
inteligentemente en el aquí y en el ahora pueden autogobernarse
efectivamente por procedimientos democráticos. Una sociedad, cuyos
miembros pasan buena parte de su tiempo no en el presente, no en el
aquí y en el ahora y en el futuro calculable, sino en otro lugar, en los
otros mundos irrelevantes del deporte y las telenovelas, de la
mitología y la fantasía metafísica, encontrarán difícil de resistir las
invasiones de aquellos que controlan y manipulan la sociedad.
»En su propaganda los dictadores de hoy dependen fundamentalmente de la
repetición, supresión y racionalización —la repetición de eslóganes que
desean que sean aceptados como verdad, la supresión de hechos que
quieren que sean ignorados y la estimulación y racionalización de
pasiones que pueden ser usados en el interés del Partido o del Estado.
Al tiempo que el arte y la ciencia de la manipulación son mejor
entendidas, los dictadores del futuro indudablemente aprenderán a
combinar estas técnicas con las distracciones interminables que, en el
Oeste, amenazan con ahogar en un mar de irrelevancia la propaganda
racional esencial para mantener las libertades individuales y la
sobrevivencia de las instituciones democráticas».
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