¿Recuerdas ese verano hace ya varios 
años? La luz del sol hacía medios diamantes en la arena,  una fresca 
brisa soplaba las hojas de tu libro, en la orilla un grupo de chicas 
—con las que por suerte habías viajado desde la  gran urbe— jugaba con 
las olas y se correteaban entre sí por la playa, lanzando un ocasional 
frisbee que un labrador intentaba interceptar… sus bikinis estilo 
brasileño relumbraban entre el cielo y el mar. Tu amigo te pasaba una 
cerveza Sol con un guiño en el ojo y abría la suya con donaire. Esto es 
lo que se llama la buena vida, pensabas al tomar los primeros tragos de 
cebada helada…
Sólo que un detalle no encaja con este 
recuerdo: en esa rústica playa no tenían Sol, sólo llegaban camiones de 
Tecate, tu amigo no tomaba cerveza y probablemente esas chicas en bikini
 no iban contigo. En realidad el evento nunca sucedió pero puedes 
saborear esa cerveza fresca en el presente. Es como si la cervecería 
hubiera pagado product placement en tu cerebro. ¿Pero entonces 
de dónde viene esa memoria? Muy posiblemente, de los miles de anuncios 
de televisión que has visto.
Un nuevo estudio publicado en The Journal of Consumer Research
 ayuda explicar cómo las estrategias de marketing llegan a implantar 
memorias que nunca ocurrieron relacionadas con un producto en la mente 
de los consumidores. Al parecer, vívidos comerciales logran engañar al 
hipocampo (el centro de memoria de largo plazo en el cerebro) y le hacen
 creer que lo que acaba de ver en la televisión en realidad sucedió. 
Creemos que nos sucedió a nosotros en una especie de 
transpersonalización de los rayos catódicos al lienzo mental.
En un experimento se les presentó a 100 
estudiantes un nuevo producto de palomitas de maíz llamado “Orville 
Redenbacher’s Gourmet Fresh Microwave Popcorn” (un producto que no 
existe). Luego se les asignó a los estudiantes aleatoriamente diferentes
 condiciones publicitarias. Algunos vieron anuncios de poco contenido 
visual que describían el delicioso sabor de este  nuevo alimento. Otros 
fueron expuestos a comerciales de alto contenido visual en los que 
vieron todo tipo de personas felices disfrutando de estas palomitas de 
maíz en su sala. Después de ver la publicidad los estudiantes fueron 
asignados a una de dos habitaciones. En una de ellas se les hizo un 
sondeo no relacionado. En la otra se les dio una muestra de estas 
palomitas de maíz ficticias.
Una semana después a los estudiantes se 
les examinó a propósito de su memoria sobre el producto. Los estudiantes
 que vieron los anuncios de poco contenido visual rara vez reportaron 
haber probado las palomitas de maíz, pero aquellos que vieron los 
comerciales de alto impacto visual respondieron en varios casos haber 
probado las palomitas de maíz aunque muchos no lo habían hecho. Y 
dijeron haber probado las palomitas con un alto grado de aprobación, de 
forma contundente. La delusión era verosímil: no les gustaban las 
palomitas porque habían visto un buen anuncio, les gustaban porque 
tenían un buen sabor.
Los científicos se refieren a esto como 
“efecto de falsa experiencia”. “Ver el comercial vívido creó una falsa 
memoria de haber comido las palomitas, pese a que haber comido ese 
producto no existente habría sido imposible”, escribió el autor del 
estudio Priyali Rajagopal. “Como resultado, los consumidores deben de 
estar alertas al procesar comerciales de alto contenido visual”.
Aunque en un principio parece imposible 
que un estúpido comercial me haga pensar que amo un producto que no he 
consumido, Johan Lehrer, autor de varios libros de neurociencia, explica
 esto a través de los que se conoce como reconsolidación de la memoria. 
La reconsolidación está enraizada en el hecho de que cada vez que 
recordamos algo lo recreamos, hasta el punto de alterar los detalles 
neuronales. “Aunque nos gusta pensar en nuestras memorias como 
impresiones inmutables, de alguna forma separadas del acto de 
recordarlas, en realidad no lo están. Una memoria es tan real como la 
última vez que la recordaste. Lo que es un poco perturbador es que no 
podemos más que pedir prestadas nuestras memorias de otros lugares, así 
que el anuncio de televisión que vimos se convierte en nuestro, parte de
 esa narrativa personal que repetimos y recontamos”.
Más allá de lo perturbador —puesto que los publicistas y neuromarketingeros
 ciertamente saben esto—, lo interesante es que esta información nos 
revela que la memoria es un proceso incesante, activo y creativo. Es la 
diferencia entre “Guardar” y “Guardar como”: los archivos se reescriben 
cada vez que los recordamos. “La gente de marketing”, dice Lehrer, 
“simplemente es buena en darnos historias que queremos robar”.
Esto nos muestra la naturaleza 
programable del cerebro, el cual fácilmente puede ser ocupado y dirigido
 por la propaganda y la publicidad, pero igualmente puede ser codificado
 hacia un “pasado” deseado, para un “futuro” deseado por ti mismo.  Si 
bien esto no significa que intentes implantar memorias felices en tu 
pasado similares a los anuncios de felicidad o de autosuperación que ves
 en la televisión, para proyectarte en el futuro sobre esa tabula como 
un tipo genial y exitoso, sí abre la puerta para que limes y sanes tus 
recuerdos, haciendo las paces, por decirlo de alguna manera, con algunos
 de ellos, recapitulando y retrotrayendo algunos más a tu desktop con poderosos iconos o sigilos que los propulsen al tálamo de lo que quieres crear.

 
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