La humanidad despertó al poder de los 
medios masivos de comunicación con la Alemania nazi, cuando Hitler y 
Goebbels recrearon y explotaron la conciencia tribal a través de la 
radio –revelando que los programas de medios podrían programar a las 
masas. Todos sabemos lo que sucedió con la propaganda de ese lado del 
Atlántico. Así lo que estaba sucediendo en Estados Unidos, en 
comparación con el manejo mediático de la máquina nacionalsocialista, 
podría parecer algo menor: sólo se estaba fraguando el star-system, la cultura aspiracional, el american-dream,
 el corporativismo. Sin embargo, los efectos de la máquina mediática 
estadounidense –la más engranada- tal vez no sean menos devastadores, si
 consideramos su papel fundamental en establecer las condiciones que 
legitimaron la explotación de los recursos naturales del planeta y la 
expansión, glamorizada, de la ideología de “la libertad” y de la 
“democracia”, que en la práctica se traducen en la expansion del consumo
 y del capitalismo plutocrático. Además, los medios estadounidenses 
crearon un modelo del uso y control de medios que fue replicado en todo 
el mundo. Tal que, aunque quizás podrían haber sido otra cosa, los 
medios de comunicación se convirtieron fundamentalmente en sofisticados 
brazos politicos para mantener el status quo –administrando 
dosis radiantes del opio detectado en la religión antes por Marx—y 
proteger el poder de la élite que se beneficia del orden mundial desde 
la cima de la pirámide electrónica.
El actual orden mundial no podría haber 
sido construido sin la participación de los medios masivos de 
comunicación como mecanismos de difusión y propaganda de una forma de 
vida y un sistema económico.  Más allá de las fronteras, los medios de 
comunicación transmiten un paradigma global de programación memética que
 se convierte en un habitat.  El peligro de esta transmisión de 
“medios-ambientes”, usando la terminología de Marshall Mcluhan, es que 
los paisajes que reproducen –más que el paraíso exótico de la 
diversidad–son los sets uniformes de una misma ideología que se camuflea
 en el estupor del espectáculo.
 El “troyano” que emiten los medios 
masivos es que son promotores de la diversidad y que, dentro de la 
sociedad de consumo que embandera la alternativa de productos, ofrecen 
un amplio espectro de programas y contenidos que enaltecen la 
diferencia, un crisol de multiculturalidad polifónica. Hacen llegar, nos
 dicen, lo local al ámbito global,  el pulso del planeta en su 
microcosmos se sirve en tu pantalla; son albaceas de la aldea y 
eléctricamente nos informan de lo distante, nos hacen televidentes de lo
 íntimo, fraguando una fraternidad trasnacional a través de la imagen. 
Pero quien haya zappeado por los canales de un televisor o escaneado las
 diarios nacionales se habrá dado cuenta que no sólo recircula la misma 
información, lo hace bajo la misma agenda.
Los medios masivos de comunicación 
ejercen una batalla simulada por la audiencia, fingiendo una competencia
 acérrima que no hace concesiones, argumentando diferencias ideológicas 
irreconciliables. Pero este combate en el ring mediático por la atención
 (y la programación) del espectador es una gran ilusión. Las grandes 
compañías mediáticas que en prácticamente todos los países del mundo 
ejercen un sistema oligopólico rara vez son enemigos –sirven a un único y
 absoluto interés: el capital  (y la perpetuación del mismo).  (Todo el 
show, toda la manipulación, todo el falso maniqueismo politico mediático
 es solamente el montaje que permite mantener las condiciones sociales 
en las cuales el paradigma de consumo se reproduce aumentando el flujo 
del capital hacias las arcas en la cima de la pirámide electrónica)
Pese a algunos inventores con sueños 
megalomaniacos de iluminar a la humanidad, como Nikola Tesla, la 
tecnología siempre ha sido controlada estratégicamente por el Estado o 
los poderes financieros supraestatales. El cine, por ejemplo, que tiene 
una raíz en el arte y en el uso documental educativo, rápidamente es 
canalizado y convertido en industria. Haciendo de este “arte total”, una
 “ fábrica de sueños”  y de  Holly-wood un  tecnobosque druida de 
encantamiento e ilusionismo –una máquina de vapor de imágenes– que 
propulsaría el “american dream”,  el modelo de vida por todos deseado 
que viene con una serie  de aditamentos necesarios para su consecución. 
Así veremos que las grandes casas productoras formaran alianzas 
subrepticias con las tabacaleras o con las refresqueras, por citar los 
ejemplos más conspicuos, para promover sus productos a través de una 
serie de actitudes (y recibirán el apoyo de la industria militar en sus 
filmaciones a cambio de implantar en la psique de las masas un gen 
cultural: lo malos son los comunistas, los terroristas,  Estados Unidos 
debe salvar al mundo, ergo, es necesario invadir a ese país, etcétera). 
Lo que revela es que el product placement no es algo nuevo, el cine hollywoodense y la televisión son gigantescas estructuras de product placement,
 pero el metaproducto que colocan, al colocar tantos otros productos, es
 la vida como un producto de consumo (el medio es el mensaje en un loop 
de circuito cerrado).
La sofisticación de la propaganda
Cuando la capacidad de producción 
industrial llega a un punto en el que supera las necesidades básicas de 
la población, se enfrenta con el problema de cómo hacer que las personas
 compren y consuman un excedente de productos que no necesitan. Este es 
el eje que dinamiza el crecimiento económico, y para un consumo masivo 
se necesita una comunicación masiva. Este es el origen –en una version 
simplificada– de la publicidad, sinónimo la mayoría de las veces de 
propaganda. 
El llamado “padre de las relaciones públicas”, Ed Bernays (sobrino de Sigmund Freud), en su libro de 1929, Propaganda,
 desarrolla dos conceptos vitales: “la ingeniería del consenso” y el 
“empoderamiento a través del consumo”. El éxito del sistema capitalista 
en establecer una sociedad de consumo se da principalmente bajo el 
montaje de la democracia y la libertad: es el ciudadano el que escoge, 
ejerciendo su libre albedrío, dentro de un amplio espectro, consumir tal
 producto –y así aspirar a conseguir el sueño o paradigma de la cultura 
dominante. Los medios de comunicación masiva son los agentes que 
ingenian el consenso y el empoderamiento del consumo tautológicamente 
exaltando el modus operandi de una sociedad que premia a las personas que compran
 sus valores, e iterando sus casos de éxito, reproduciendo literalmente 
modelos (actualmente los actores, presentadores de noticias y hasta 
deportistas son sobre todo modelos).
Quizás no sea exagerado decir en la 
actualidad los medios masivos de comunicación se han fundido con la 
publicidad, tal que los programas de contenido son, indistintamente, 
pautas publicitarias (patrones de conducta). Y lo que los medios masivos
 de comunicación publicitan es el producto que permite  la venta de 
todos los demás productos: una forma de vida donde el consmo incesante 
de productos es aceptado porque, consciente o inconscientemente, está 
asociado con la satisfacción de nuestros deseos.
 En su brillante ensayo, Escritores del Cielo en Hades, Aeolus Kephas dice:
Este programa de 
deseo sexual incluye todas las cosas que se requieren para tener sexo: 
dinero, estatus, éxito, imagen, belleza, estar en forma, confianza, 
carisma social y otros. Todas estas cosas son deseables para nosotros de
 acuerdo con un fin especifico: tener sexo. La publicidad es un 
recordatorio constante de lo anterior, lo mismo que el porno. 
Actualmente los dos se han fundido: la publicidad es frecuentemente 
pornográfica y los sitios de pornografía (al igual que los de encontrar 
pareja) y sus anunciantes han inundado, literalmente, el Internet. 
El mass media (con su masaje masivo de 
la psique), en su fusión con la publicidad, nos recuerda constantemente 
todas las cosas que necesitamos para tener sexo, para obtener la 
felicidad o para lograr nuestros sueños. Es decir, todo lo que 
necesitamos para producirnos en imagen y semejanza de lo que se está 
transmitiendo de los medios a la mente global –uno de los secretos del 
éxito de seguir esta guía de éxito es que está siendo transmitida en la 
pantalla de cada uno de nosotros, y en esa mismidad, asegura, con gran 
probabilidad, que ajustarnos al paradigma será bien recibido: tener un 
BMW, vestir a la moda, tener un cuerpo (y un cerebro) moldeado conforme a
 los estandares de belleza y de lo convencionalemente deseable, eso 
seguramente te hará atractivo.
No es casualidad que el mensaje que 
están comunicando los medios masivos –que son el medio de la 
publicidad—sea un estilo y una forma de vida. Porque es precisamente esa
 forma de vida la que sostiene y mantiene a la estructura política y 
financiera que impera en el mundo. Condición sine qua non de la
 expansion del sistema económico dominante. Sólo en el estupor del 
espectáculo, en la sofisticación de la hipnosis pan-circense, es posible
 mantener un poder tan desequilbrado y no generar una vehemente 
oposición masiva –tener todos los juguetes y que nadie te los quiera 
arrebatar. Sólo con el uso  estratégico de los medios para programar a 
las masas es posible mantener este sistema.
El control de la atención
La modelación del imaginario colectivo, 
el diseño de paradigmas psicoculturales, la estimulación estratégica de 
conductas y patrones de pensamiento, todo esto es parte de lo que las 
grandes corporaciones mediáticas eventualmente canjean por el capital 
del que se alimentan: dinero, tiempo, y energía. En este sentido es 
importante enfatizar en que la misión que los grandes medios se han 
autoimpuesto no responde simplemente a un fenómeno de sombría 
abstracción, sino que, los beneficios que su manipulación les reditúa, 
corresponden directa y eficazmente con una serie de intereses concretos 
que, en suma, dan vida a una sofisticada agenda.
 El fin es más o menos claro (aunque 
nunca se sabe si  su aparente fin es solo un medio más hacia destinos 
aún más oscuros que los imaginables): el control efectivo de la atención
 humana. Y si reflexionamos un poco sobre la dinámica del observador 
como creador de realidad, y tomamos en cuenta que hasta cierto punto el 
observador no puede “observarse observando”, entonces podemos 
dimensionar la determinante influencia que ejerce sobre una “realidad” 
colectiva el hecho de controlar la atención de sus miembros. 
Considerando a la atención como el resultado de una fusión del tiempo y 
la energía, un proceso que por cierto nos remite a la naturaleza 
alquímica, orgánicamente transmutadora, del ser humano, entonces 
habríamos de considerar la posibilidad de que los grandes medios se 
alimentan, también, de nuestra porción de divinidad: el poder oculto de 
la conciencia.
Hegemonía estructurada y “uniformediatización”
Con la llegada de la televisión al mundo
 del periodismo, esta nueva tecnología se percibió, ingenuamente, como 
una herramienta ensoñada que favorecería la distribución ágil y genuina 
de la información. Sin embargo, al poco tiempo de instaurado este medio 
en la vida cotidiana de la sociedad se confirmó lo que pocos habían 
previsto: comenzó una imparable carrera hacia la comercialización de la 
verdad mediatizada.
De hecho para algunos el periodismo real
 murió en el momento en que la icónica corporación estadounidense, 
General Electric (una compañía con participación en la manufactura de 
armas nulceares), adquirió en 1986 uno de los mayores consorcios 
mediáticos en el mundo: NBC. Y es que este suceso fue percibido como la 
consolidación de una tendencia que venía gestándose décadas atrás: los 
medios serían controlados por intereses completamente ajenos al 
propósito periodístico y, en cambio, exclusivamente orientados a 
mercados que nada tenían que ver con el manejo de información, pero que 
se alimentarían vorazmente de su administración estratégica.
Apenas a mediados del siglo pasado, el 
repertorio de medios de comunicación estaba distribuido entre un grupo 
de corporaciones relativamente extenso: existían aproximadamente un 
centenar de consorcios mediáticos de dimensiones considerables. Sin 
embargo, durante las últimas décadas el mercado fue estrechándose a 
favor de unos cuantos y las corporaciones más hábiles y fuertes fueron 
absorbiendo a aquellos grupos que no soportaron la agresiva dinámica de 
negocios que domina este mercado. “El peligro de este tipo de 
concentración en los medios es que roba democracia de diversidad, le 
quita a los espectadores la posibilidad de exponerse a una mayor 
variedad de puntos de vista” afirma el analista de medios Danny 
Schechter.  
El banquete financiero
Si bien resulta evidente que el 
verdadero poder que conlleva la administración de los contenidos 
mediáticos reside principalmente en que ofrece la posibilidad de 
programar la realidad sociocultural de una población, lo cierto es que 
también el dinero juega un papel protagónico en esta dinámica. Tan solo 
en 2008, los seis grandes consorcios mediáticos acumularon ingresos 
conjuntos superiores a los 320 mil millones de dólares, y si tuviéramos 
el dato correspondiente al año fiscal más reciente, seguramente 
confirmaríamos que esta suma ha crecido de manera considerable. Pero 
aquí lo más importante no son en sí las faraónicas ganancias que obtiene
 el Big Media, sino el entender que una parte significativa de ese 
dinero es utilizado para lubricar, a través de cabildeos legislativos y 
otras cuestionables prácticas, el propio sistema político y económico 
que requieren para continuar con el abusivo diseño de una realidad 
comprometida.
El riesgo de tener un grupo reducido de dueños (los cuales, además, son 
aliados más que adversarios, jugando al maniqueismo ilusorio de la 
polaridad política), es, por supuesto la mínima variedad noticiosa que 
se produce y el rígido control de la agenda informativa, la cual se ve 
constreñida cuando una noticia afecta de alguna manera a la empresa que 
debe reportar sobre la misma, lo cual es algo bastante frecuente si se 
tiene en cuenta las dimensiones gargantuescas que tienen las empresas 
que controlan los medios tradicionales en Estados Unidos y el mundo. 
Empresas casi ubicuas, con trincheras autorreflejantes cuyo fin de lucro
 se funde con el paradigma dominante para diseñar modelos psicosociales 
que permitan la perpetuación de su Gran Medusa Eléctrica…preponderancia 
blindada –que petrifica con la mirada- de un sistema que controla al 
mismo tiempo la maquinaria patológica y el jardín medi-cinal.



 
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